sábado, 20 de febrero de 2010

Moderno - Capítulo II

Yo te quiero decir algo: no pensé que iba a encontrarte como gerente ni nada por el estilo, de ese hotel.

Fui con la idea que vos no tenías nada que ver, que simplemente no sabías que había un hotel que se llamaba como vos. Porque no creo que si lo sabías, me lo hubieses ocultado; sabías que no me iba reír.

La habitación que me dieron era medio incómoda, te dije. Más allá que los muebles olían dulce, la cama… la cama no solo tenía el tamaño de una cámara de fotos, si no que se comportaba como tal:

Me quise tirar de espaldas a la cama, confiada que era tan confortable como parecía, cuando en la caída me golpeé la cabeza contra el respaldo. No sabés como sonó.

Se me desacomodaron todas las ideas que tenía, hasta te nombré con las letras al revés, pensé que estabas al lado mío y todo.

Perdoname que te cuente esto, yo se como te pone saber sobre golpes en la cabeza.

A vos no te gustaba que nos pase eso, si hasta te daban ganas de llorar cuando yo te contaba de alguien que se golpeó la cabeza contra el respaldo de su cama. No se aún porque, pero siempre me enteraba, al menos una vez en la semana, de alguien que le sucedía. Y al instante, me daban ganas de llamarte y contarte que alguien se había golpeado la cabeza, y hablarte con acento colombiano, para evitar que te angustie la noticia y hacerte reír un poco.

Cuando me golpeé la cabeza en la cama de este hotel, de repente vi todo blanco, fue como un flash de una cámara analógica (así, uno, y fuerte…nada de doble flash para evitar ojos rojos.).

Una vez que me pude levantar, y me acosté despacito, como si cuidase mi ciática, agarré mi libro (lo único que había llevado de equipaje).

Te leí varias veces, faltaba poco para que te aprenda de memoria.

viernes, 12 de febrero de 2010

Moderno - Capítulo I

Busqué tu nombre en Google, y me apareció un hotel.
Me quedé sorprendida, pero después de reírme un rato (¿Y cómo no? no es tan común que te llames igual que un hotel), me animé a entrar. Me imprimí la dirección y esperé a que sea sábado a la mañana para viajar hasta ahí y hospedarme en ese hotel que se llama como vos.

No vas a creer lo que me pasó.
Cuando entro al hotel, un botones (que de hecho los botones de su saco, increíblemente eran del mismo color que tus ojos), agarra mi equipaje y me mira extrañado. Porque mi valija estaba más que liviana.

Y claro. No llevé nada. Si lo único que pensaba hacer, es en la hora en que no hay nadie y la gente sale a pasear, entrar por la ventana de cada habitación y robarme las sábanas de las camas, todas que digan tu nombre. Bueno, no, el nombre del hotel. Para así después doblarlas bien prolijas y guardarlas en mi valija.

Una vez ya en la habitación, siento un olor raro. Era dulce, ya demasiado.
Llegué a pensar que tal vez ese aroma tan exagerado, se debía a que los muebles eran de caramelo, o de chocolate. Si era así, sentía que sarcásticamente iba a ganar esta competencia de acusaciones a mi infantilidad constante.

Después de pensarlo un rato, como total nadie me veía, me acerqué a un escritorio y chupé la madera con asco.

No tenía gusto a golosinas. Tenía mucho gusto a tus brazos.

Me decepcioné de tal forma, que me acerqué a la ventana, y repudié tu nombre hasta quedarme afónica.

La gente de la habitación de al lado, me miraba extrañada.
Estaba gritando el nombre del hotel. No. Era tu nombre.