A los cuales les lloré e insulté.
No podía ser impuntual ese día. Justo ese día.
Iban a repartir las cajas, y yo quería que me toque la mejor o al menos la que yo consideraba que era la mejor.
Recibí, finalmente, una caja celeste. No era el color que precisamente yo quería. Pero bueno, no era tan fea al fin y al cabo.
Salí a la calle, 14° de temperatura, humedad 96%, mi cicatriz saludándome con la mano.
Mi caja era distinta.
¿Sabés que tenía adentro?
Vos.
Estaba llena de vos. Muchos vos. Ninguno de esos vos me decía como se llamaba, pero yo, en el fondo sabía.
Me encantaba hacerme la olvidadiza, la ignorante, la desconocida.